Cada vez estoy más
convencido de que gran parte del descalabro económico y social que vive España
en la actualidad (e históricamente, no nos vayamos a engañar ahora) se debe,
sin lugar a muchas dudas, a la incapacidad manifiesta de muchos de esos
dirigentes (en lo público y en lo empresarial) que han ostentado, y/o siguen
ostentando, el poder en sus respectivos ámbitos de influencia.
La tan manida “crisis”
es ahora ese lugar común al que recurren unos y otros para justificarse y para
evadir sus propias responsabilidades sobre el daño, dolor y sufrimiento que han
causado / siguen causando. Y, probablemente, se salgan con la suya; pues no en vano
el ser humano tiende a olvidar y, el ser humano español, no sólo a olvidar sino
a tragarse, por defecto, cualquier vileza con que los trápalas de turno tengan
a bien deleitar al vulgo, ése que somos todos, el de panem et circenses de los romanos.
Cierto es que el bosque,
aquí, no permite ver los árboles; y es que el bosque de la economía pinta tan
mal que ¿quién se va a detener en los detalles, verdad? Sin embargo, es la suma
de los detalles lo que otorga forma a la realidad que todos percibimos, en la
que todos vivimos.
Muchos de esos detalles
se hacen llamar “empresas” y muchos de quienes las dirigen se hacen llamar “empresarios”,
cuando son de su propiedad; o “gerentes”, “directores” o simplemente, “jefes”, cuando,
siéndolo o no, dirigen sus designios.
¿Y qué han hecho muchos
de estos jefes para contribuir a la situación tan calamitosa en la que nos
encontramos? ¿Acaso no es obvia, y manifiestamente insultante por lo flagrante,
la relación que existe entre los “malos jefes” y el descalabro que han provocado
/ siguen provocando en sus empresas, en sus empleados y en la sociedad en
general? ¿Cómo es posible que en este país haya llegado / sigan llegando tantos
ineptos, necios e incapaces a puestos de responsabilidad en organizaciones de
las que depende no sólo el pan de de familias, sino incluso hasta la esperanza
de generaciones?
Y es así; tan simple
como parece. Hay mucho mal jefe suelto y, de ese barro, pues ahora tenemos
estos lodos.
Rajar sobre nuestros
jefes es uno de los deportes nacionales. Y de los más sanos, por otro lado.
Tenemos la costumbre de aliviar tensión en entornos de petit comité que nos permiten no más que el recurso del pataleo a
escondidas, sin que haya posibilidad alguna de que los análisis y propuestas
ahí compartidos puedan llevarse a efecto más allá que en la imaginación
colectiva.
Pero son ellos, los
malos jefes, los que están ahí, a pesar de su ineficiencia e ineficacia, a
pesar de que muchos son incluso conscientes de sus propias limitaciones. Y,
peor aún; muchos permanecen ahí siendo mantenidos, a su vez, por otros jefes
y/o empresarios que, igualmente, comparten con los primeros una gran mayoría de
atributos.
Y, claro; así nos va.
¿Resultado? Paro, impagos, cierres, pérdidas, sufrimiento,
dolor, mentira, engaños, etc., etc.
Dirán que es la “crisis”;
y, sin duda, la crisis tiene mucho que ver en el afloramiento de la podredumbre
que anidaba en muchas empresas y organismos. Desgraciadamente, esta misma
circunstancia ha provocado que caigan muchos de los castillos de naipes que
algunos nos vendieron como fortalezas inexpugnables, quedando atrapados en los
escombros las ilusiones, el presente y el futuro de tantos y tantos.
Pero, ¿quiénes son estos
malos jefes? ¿Cómo podríamos identificarles si nos topamos con alguno? Me
planteé estas mismas preguntas así que, en lugar de improvisar la respuesta, decidí
recurrir a especialistas y profesionales que conocen estos temas bastante mejor
que yo.
Hay literatura para
aburrir y todos los autores coinciden prácticamente en las mismas descripciones así que, para muestra, un botón. Por ejemplo, según el profesor Xavier
Marcet (ESADE):
1. No
es un buen jefe el que no se preocupa de que su gente aprenda, ni comparte lo
que aprende.
2. No es un buen jefe el que nunca tiene tiempo para reconocer, apercibir o
simplemente valor el trabajo realizado con la gente de sus equipos.
3. No es un buen jefe el que contagia el pensamiento menor,
cortoplacista, descontextualizado.
4. No es un buen jefe el que no mide nunca, traza siempre
objetivos difusos.
5. No es un buen jefe el que no comparte los éxitos y carga los
muertos a sus subordinados, el que no da la cara por su gente.
6. No es un buen jefe el que no construye equipos, el que
solamente agiganta su ego.
7. No es un buen jefe el que no se rodea de gente más preparada
que él mismo y luego se queja.
8. No es un buen jefe el que no sabe gestionar emociones,
tampoco es un buen jefe el que lo mezcla todo, trabajo y vida privada.
9. No es un buen jefe el que toma decisiones sinuosas, que son
más parte del problema que de la solución y encima, lo cuenta mal.
10. No es un buen jefe el que no escucha, al que la soberbia le
impide aprender que el mundo da muchas vueltas y que ser jefe es una
circunstancia.
A lo
anterior se podrían añadir algunas características más, ¿verdad?
No es
un buen jefe el que no sabe delegar y, además, se olvidan de la responsabilidad
directa sobre el resultado de lo delegado. Olvidan que han de delegar la “autoridad”,
pero nunca se puede delegar la “responsabilidad”. Ésta es siempre del jefe.
No es
un buen jefe el que “microgestiona”; es decir, el que dedica su tiempo a
realizar por sí mismo las tareas que deberían realizar sus empleados restando,
por tanto, ese tiempo al que debería dedicar a sus responsabilidades reales.
No es
un buen jefe el que compite con sus empleados en lugar de permitirles que
lleguen a alcanzar el óptimo de sus capacidades por su propio bien y, egoístamente,
por el de la propia organización.
No es
un buen jefe el que se apropia de los éxitos y logros obtenidos por su
personal, subestimando además lo conseguido por ellos y no dándoles los
créditos merecidos.
No es un
buen jefe el que excusa la incompetencia de ciertos empleados simplemente
porque contribuyen al reforzamiento de su propio ego y les sirve de apoyo a
modo de guardia pretoriana.
No es
un buen jefe el que aplica medidas disciplinarias con baremos siempre
cambiantes y de forma parcial y sesgada.
No es
un buen jefe el que no quiere escuchar sugerencias y no permite expresarse a
sus empleados.
No es
un buen jefe el que grita y se exaspera, el que castiga siempre en público y
hace uso de su poder sobre sus empleados para afirmarse en su posición de
superioridad jerárquica.
No es
un buen jefe el que carece de honestidad y sinceridad. La mentira y la falta en
el cumplimiento de promesas son comunes en estos personajes.
No es
un buen jefe el que se desentiende ante problemas y conflictos de personal que
requieren de su mediación y con los que, además, estos malos jefes tienden a
regocijarse en ocasiones. Un claro ejemplo son los grupos de “favoritos” del
jefe en contraposición con el resto de empleados o subordinados, haciendo esta
distinción no en base a méritos o criterios objetivos…
Habitualmente,
un mal jefe es alguien que, simplemente, no está capacitado para asumir las
necesidades inherentes al puesto de responsabilidad que ocupa en la
organización. Puede ser incompetencia, desconocimiento, falta de formación,
carencias en liderazgo, poca experiencia y/o muchas más.
Al fin,
y al cabo, un mal jefe, cuanto más arriba se encuentre en la pirámide de
decisión, más daño causará a las personas que integren la organización, a ésta
y a la sociedad en su conjunto. Desgraciadamente, esta crisis acabará con
muchas cosas, pero dudo que lo haga con estos individuos. Somos de memoria frágil
y nuestra historia reciente nos recuerda cómo de aficionados somos a seguir tropezando
en la maldita piedra.
Pan y
circo, pues; y el circo, ahora con IVA al 21%.
Autor: Raúl Cobos. 19/09/2012