Alcanzar
el equilibrio entre la vida privada y el trabajo es, desde hace algún tiempo,
un tema de discusión y debate. Y lo es, precisamente, porque ese equilibrio
parece siempre muy difícil de alcanzar para la mayoría. El entorno, de todo
tipo, nos presiona hasta extenuarnos en el trabajo dejando de lado nuestra vida
cuando lo adecuado sería que nuestros esfuerzos se encaminaran a alcanzar
nuestras metas tanto personales como profesionales, sin prescindir de ninguna
de ellas, porque ambas van de la mano.
Al fin
y al cabo, nuestra vida es única; es sólo una y todo transcurre simultáneamente.
Simultáneamente vivimos, simultáneamente nos relacionamos, simultáneamente
trabajamos y todo lo que nos ocurre afecta a todo lo que nos ocurre. La
retroalimentación es constante e inevitable.
Pero,
¿qué ocurre cuando no conseguimos un correcto maridaje entre ambas caras de la
misma moneda? Pues a nadie le van a sorprender, supongo, las respuestas…