Desde
hace ya varios años, incluso antes del inicio de la gran expansión de
Internet,
el marketing ha ido modificando su enfoque “transaccional” por un enfoque
“relacional”.
Según
la definición oficial de la American Marketing Association, todavía vigente,
“marketing es el proceso de planificar y ejecutar la concepción o diseño del
producto, el precio, la información y la distribución de ideas, bienes y
servicios para generar transacciones que satisfagan tanto los objetivos de las
personas como los de las organizaciones» (Kotler, 2000).
Frecuentemente,
dentro de este enfoque transaccional,
las empresas parecían actuar según un paradigma basado en las siguientes
características:
• Ni el proveedor ni el cliente tienen
memoria. Cada vez que se quiere vender algo, el proceso parte de cero.
• El cliente es anónimo, o casi. Se
podían escuchar frases tales como: “El año pasado, nuestra aerolínea transportó
x millones de pasajeros”, sin tener en cuenta que estos anónimos “pasajeros”
eran con mucha frecuencia las mismas personas.
• Cada acto de venta tiene que ser rentable
por sí mismo.
• Si perdemos a algún cliente, en el mercado
encontraremos abundantes clientes potenciales a los que será fácil captar.
• Es más fácil y barato captar a un cliente
nuevo que esforzarse por retener y desarrollar a los clientes que ya lo son.
• Fundamentalmente, la empresa lanza productos
al mercado, y los clientes los compran. La empresa habla y el cliente
escucha. Los productos y los mensajes publicitarios son masivos y poco
diferenciados.
En los
últimos años se ha ido observando progresivamente que este enfoque
transaccional es incapaz de dar respuestas plenamente satisfactorias a
determinados problemas comerciales. Y, al mismo tiempo, han surgido nuevas
posibilidades técnicas, especialmente en el campo de las tecnologías de la
información y la comunicación, que han abierto nuevos horizontes hacia un nuevo
tipo de marketing: el marketing relacional.
Características
del marketing relacional:
• Interactividad. El cliente toma cuando
quiere la iniciativa del contacto, ya sea como receptor y emisor de
comunicaciones o como iniciador de transacciones.
• Dirección de las acciones y personalización.
Las empresas pueden dirigir mensajes distintos y ofrecer productos o servicios
adecuados a las necesidades y circunstancias de cada cliente.
• Memoria. La identidad, los datos, las
características y preferencias de cada cliente quedan registrados en la
empresa, así como los detalles de las operaciones realizadas anteriormente con
él.
• Receptividad. Las empresas deben hablar
menos y escuchar más. Y permitir que sea el cliente quien decida si quiere
mantener o no una relación comercial y quien defina el modo de comunicación.
• Orientación al cliente. Énfasis en una
organización comercial compuesta más por customer managers que por product
managers. La empresa debe centrarse más en el consumidor, en sus necesidades y
en los procesos que sigue para satisfacerlas. Asimismo, debe priorizar su
“participación en cada cliente” frente a su “participación de mercado”.
• Discriminación. La empresa debe estar
dispuesta a tratar de manera preferente a sus clientes más valiosos. Se
requiere una segmentación y clasificación de clientes sofisticada, que se
materialice en el diseño y puesta en práctica de planes de actuación distintos
para clientes distintos.
• Valor del cliente. Uno de los
principales criterios de discriminación entre clientes es el customer lifetime
value, o el valor que éstos representan para la empresa proveedora a lo largo
de su vida útil estimada como clientes.
• También entre empresas. Y, por
supuesto, el marketing relacional no se aplica solamente a las situaciones B2C
(Business to Consumer), sino también –y
quizá de manera aún más importante– a las relaciones B2B (Business to Business). Y tanto o más en la comercialización de
servicios que en la de productos tangibles.